Jung definía a la sincronicidad
como la unión de los acontecimientos interiores y exteriores de un modo que no
se pueden explicar pero que tienen sentido para el observador. Hay eventos en
la vida (aparentemente fruto de la casualidad) que por qué negarlo, impregnan de cierta magia existencial, aportando al mismo tiempo simbolismo, esclarecimiento
y armonía.
Hace unos días, medio dormido, en
un estado semi-onírico, me vino como en un flash una imagen: me veía colocándome en el cuello un cordón con un cuarzo bastante grande y supercristalino, sin duda
alguna como protección… y ahí quedó la cosa.
Ayer, amaneció el día lluvioso y
frío pero decidí dar un paseo en compañía de los perros (y el gato) por los
alrededores del Taller de la Montaña.
Como de costumbre me dirigí a la “Montaña
de Cuarzo” y a pesar de la espesa lluvia decidí buscar algún cuarcito
cristalizado para aplicar a mis cuadros. Bajo mi paraguas, examiné el suelo y
sorprendentemente enseguida empezaron a salir muchas piezas ideales para mi
objetivo… pero por primera vez en años sentí el impulso de buscar algún cuarzo
grande, más allá del mero planteamiento pictórico… y al instante, oculto entre
la tierra mojada vi surgir la punta de un enorme cristal de cuarzo de tonalidad
ligeramente ahumada (rara)… y a continuación otro más grande… y así varios.
No daba crédito al hallazgo, sin
duda el más sorprendente después de años y años de recogida de cuarzos.
Posteriormente, recapacité,
recordé y todo parecía encajar.
Lavé los cuarzos en un charco y de
vuelta, la lluvia se fue transformando en nieve en medio del bosque… Y también
encontré una piedra corazón.
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