Domingo, mediados de Febrero.
Después de semanas de lluvia y
nieve, la montaña nos ofrece un día luminoso.
Quedo con Chuchi para patear unas
horas por la ruta de la "Serrana de la Vera". Según la tradición
oral: se trataba de una mujer cazadora, de gran belleza y fortaleza, que habitaba en los montes de
Garganta la Olla. Llevaba, a los hombres que cruzaban sus territorios, a su cueva para
matarlos después de hacer el amor con ellos (recuerdo, que de pequeño, mi padre nos cantaba un romance de sus andanzas).
Al poco de iniciar la ruta, cruzamos un sugerente puente
con una inscripción que no conseguimos descifrar. Ascendemos entre
bosques de roble y castaño, cerezales y multitud de regatos hasta llegar
a las últimas praderas de la montaña.
Hacemos un alto en una de ellas que posee un majestuoso castaño dividido en dos, de cuyas raíces mana una fuente. Comemos al lado de antiguas casas de heno con el fondo de espectaculares cascadas.
En la bajada, cerca del camino, recibo el impacto visual de un yacimiento de tierra amarilla anaranjada. Aprovechando la oferta generosa de la Madre Tierra, recolecto varios kilos
del preciado material. Se trata de una hermosa tierra semiarcillosa con
betas ahumadas ligeramente iridiscentes de oxido de hierro.
Al pasar de nuevo por el
puente, los rayos oblicuos del tenue Sol invernal inciden sobre la inscripción desvelándonos su mensaje: “HÍÇOSE ESTA PUENTE AÑO DE 1725”… y
volamos con la mente a aquella época.
Ya en casa, acaricio con mis
manos la tierra disfrutando de su tacto mientras me recreo con las posibilidades
pictóricas que me ofrece.
Gracias.
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