Domingo, otro día invernal de
primavera. De nuevo, tocaba hacer recolecta de material pictórico… en esta ocasión,
micas.
Sin más dilación, me sumergí en las
profundidades del bosque, ascendiendo al encuentro con el camino que lleva a
las últimas praderas de la montaña. La tierra de dicho camino es un santuario
de la mica: cada dos pasos se pueden encontrar preciosas piezas de variados
tamaños, tonalidades y brillos (plateada, negra, ahumada, rosada, transparente
etc.)
Sin duda alguna son un auténtico
regalo para mis cuadros. Me apasiona depositarlas en los ropajes de las
figuras, en las alas de los seres fantásticos, en los corazones, en las
estrellas. Aparte de aportar a las tablas pequeños destellos de luz,
pretendo dejar cierta impronta (como se sabe la mica repele lo negativo).
Aproveché mi recorrido para
conectar intensamente con la naturaleza y los fenómenos: las
yemas de los árboles deseando acariciar a la primavera, enormes ejemplares de
robles seculares, caprichosas rocas, el musgo saciado de lluvia más verde que nunca, el agua en la cara, las manos heladas de rebuscar en el suelo húmedo,
la niebla…
Al final, recolección perfecta…
un precioso día de “primavierno”.