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lunes, 1 de abril de 2024

TRAVESÍA POR EL DESIERTO DEL SAHARA

 

“Lu qu’embelleci al desiertu –iju el prencipinu-, es qu’escuendi un poẓu en anguna parti…” El prencipinu.  Antoine de Saint-Exupéry. (“Ce qui embellit le désert, dit le petit prince, c'est qu'il cache un puits quelque part...Le petit prince)

 

    A finales de octubre y principios de noviembre del 2023, realicé una travesía de ocho días por el desierto del Sahara marroquí. Tuve la suerte de compartir la experiencia con un bonito grupo de personas, con el apoyo logístico impecable y generoso de varios hombres bereberes y sus camellos.  

No es fácil resumir cuanto viví  y sentí durante aquellas jornadas de caminata por el Sahara, de modo que dejaré escapar sensaciones de manera espontánea,  sin más:

Llegada a Marrakech, donde inevitablemente me invaden recuerdos de otros viajes con viejos amigos, de los cuales, alguno ya desapareció. Noche de luna llena, ascendiendo en solitario a un monte rocoso en las proximidades de Ouarzazate.  Kilómetros y kilómetros de palmeral en el Valle del Draa. El desierto de piedras entre montañas y cañones, como preludio. La inmensidad  del desierto de fina arena, con la grandiosidad de sus  dunas. La grandiosidad también de los propios pies caminando sin prisa ni objetivo concreto bajo el sol (en ocasiones deliciosamente implacable). Los amaneceres. Los atardeceres. Las huellas de multitud de seres silenciosos del desierto en las dunas, junto a las huellas de mis pisadas. Las ricas comidas compartidas a la sombra de la haima. Las fogatas nocturnas, con tambores y ancestrales cantos bereberes. Las noches en saco de dormir, entre dunas, bajo la cúpula celeste repleta de estrellas, y la mirada permanente de la constelación de Orión. Tener la oportunidad única y casual de poder sentir entre las manos, durante unos instantes, el suave tacto de un “pez del desierto”. Sacar agua de un pozo, idéntico al de la historia de “Le petit prince”. Y el valor del agua en los labios con sed. Y las risas, y la camaradería, y el diálogo interno sosegado.

A la vuelta, me reencuentro de nuevo con mi montaña, si es que algo es de alguien, en plena explosión de colores otoñales y con su verdor habitual.

¡Gracias Desierto! ¡Gracias Madre Tierra!

 

 

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